Hablar de vulnerabilidad no es fácil. Culturalmente, solemos asociarla con debilidad, con fragilidad, con exposición. Sin embargo, cuando me senté a escribir La valentía de ser vulnerables, lo hice con la convicción de que justamente en esa aparente debilidad se esconde una fortaleza profunda, espiritual, transformadora.
Este libro nace del deseo de explorar, a la luz de la Palabra, ese lugar incómodo pero necesario donde nos reconocemos limitados, heridos, humanos. Porque sí, vulnerabilidad significa, literalmente, «posibilidad de ser herido». Pero también significa: posibilidad de ser real, de ser transparente, de mostrarse sin máscaras. Y eso, para nosotros los hijos de Dios, es el inicio de una conexión más sincera con Él y con los demás.
Una humanidad en común
Cuando lancé en redes sociales la consigna «Vulnerabilidad es…», me sorprendieron las respuestas. La mayoría eran de mujeres que, con palabras propias, expresaban una percepción de la vulnerabilidad como algo negativo, peligroso, incómodo. «Estar sin defensas», «ser frágil», «quedar expuesta». Pero entre todas esas definiciones, emergía también un deseo profundo de verdad, de autenticidad, de comunión. Y es que todos compartimos la misma humanidad: sentimos igual, sufrimos igual, amamos igual. Ser vulnerables, en ese sentido, nos une.
Este es un mensaje que recorre cada página del libro: no estamos solos. La vulnerabilidad no es un defecto, sino una parte esencial de la experiencia humana. Y cuando la abrazamos, dejamos de escondernos. Nos volvemos más capaces de recibir consuelo, de ofrecer empatía, de crecer.
Cuando soy débil, entonces soy fuerte
El corazón de este concepto gira en torno a 2 Co 12:7-10, donde el apóstol Pablo confiesa su propio «aguijón en la carne». No sabemos con exactitud qué era, y quizás eso sea lo más poderoso del pasaje. Porque lo importante no es el tipo de debilidad, sino lo que Dios hace con ella. «Te basta con mi gracia —le dice el Señor— porque mi poder se perfecciona en la debilidad».
Pablo podría haber ocultado su fragilidad. Podría haber intentado mostrarse fuerte, invencible, como el gran apóstol que era. Pero eligió mostrarse humano. Eligió contar su historia, con espinas y todo. Y esa decisión —aparentemente imprudente para alguien de su autoridad— lo hizo aún más cercano, más creíble, más lleno del poder de Cristo.
Eso mismo anhelo con estas reflexiones: que nos animemos a mirar nuestras debilidades con nuevos ojos. Que entendamos que, al mostrarnos tal cual somos, permitimos que el poder de Dios se manifieste de maneras sorprendentes. Que la gracia no es un premio para los fuertes, sino un regalo inmerecido para los que se rinden en completa dependencia. Que la vulnerabilidad, lejos de ser un obstáculo, es un camino de transformación.
Por lo tanto, ser valientes al abrazar nuestra vulnerabilidad es una invitación a soltar la perfección, a aceptar la verdad de nuestra historia y a descubrir que, en las manos de Dios, incluso nuestras grietas pueden brillar.—