Son muchos, muchísimos. Todos conocemos a uno o a varios. Ellos estuvieron, pero ya no están. Traspasaron la puerta del templo, de la célula o de la campaña, pero ahora son un puntito en el horizonte. Recibieron el abrazo de Jesús, pero hoy están cruzados de brazos, esperando vaya a saber qué. Conocieron el Evangelio, pero este no los contuvo, no los enamoró o por algún motivo se sintieron defraudados por los integrantes de dicho Evangelio. La mayoría sabe que en la Iglesia, a los que se alejaron de Cristo Jesús y del ámbito congregacional, los llamamos “apartados”, título pretendidamente considerado y amable pero que para muchos conlleva percibir que esas almas tienen como una “marca” cainesca. Ahora bien… ¿alcanza esta definición, casi de diccionario? Tal vez necesitemos otra. Para una mayor precisión espiritual, recurrimos al aporte del Pr Juan Pablo Rivadavia, quien desde el Valle del Conlara, San Luis, nos ayuda con esta definición, atravesada por la misericordia: “Un apartado es aquel individuo que al experimentar dudas, abandonó su búsqueda, antes de encontrarse con la Verdad. Un apartado es aquella alma que ha sido ahogada por los problemas y preocupaciones de la vida, impidiendo que la semilla sembrada en su corazón florezca. Un apartado es la persona que no pudo soportar la presión de familiares y amigos que no compartían sus creencias. Un apartado es un creyente que no supo separar al Señor perfecto de su cuerpo imperfecto, y que ha sido desalentado por conflictos con los líderes religiosos, abuso de poder, diferencias doctrinales, legalismo, hipocresía o falta de amor de otros creyentes, para finalmente separarse de la única fuente perfecta de amor y vida”— concluye el pastor Rivadavia.
Muchos hermanos y hermanas que se han alejado, pueden incluso no aceptar que están apartados, porque ellos —alegan— siguen creyendo en Dios, tienen una vida no pecaminosa y llevan “al Señor en el corazón”. Desde ya, no les hace mella la admonición de Hebreos 10:24-25: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”.
Una congregación numerosísima
Como expresáramos al comienzo, todos los creyentes activos, conocen alguien que se ha apartado —cuando no a varios. Incluso, muchas veces, los tienen en sus propias familias; tan cercanos que son motivo de angustia y pesar.
Pero, ¿cuántos son? Hemos leído en alguna ocasión que “por cada creyente en el interior del templo, hay otro que está alejado”; y no extrañaría que fueran más.
No tenemos estadísticas ciertas sobre los que sí estamos en la iglesia; por lo consiguiente, es casi un imposible pretender saber cuántos suman los que se han alejado.
Pero para quien está atento, la percepción es clara: son multitud.
Los hermanos y hermanas apartados, suelen surgir inesperadamente en lo cotidiano: en una cola, en un trámite, en un viaje, en una transacción diaria… El que se alejó, por un momento, se acerca y establece la comunicación, manifestando que en alguna etapa de su vida se ha congregado en tal o cual iglesia.
Si la conversación sigue, puede que surjan las circunstancias que motivaron el distanciamiento: y aquí un universo sombrío se abre, donde se entremezclan miserias humanas, errores no malintencionados pero errores al fin, momentos particulares de cada biografía y ese sesgo de incomprensión que hace tan poco receptivas a tantas iglesias.
Allá afuera, hay muchas almas inconversas. Pero es bueno recordar que también en la intemperie espiritual, hay apartados que están esperando que los vuelvan a invitar a un reencuentro con el Señor.

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El creyente circunstancial
También se puede identificar dentro del evangelio a alguien que tal vez no le quepa el adjetivo de apartado. Nos referimos al creyente circunstancial, es decir, al creyente que lo es pero por un tiempo nada más, dependiendo la extensión del mismo de cómo le vaya en su listado de pedidos o del entusiasmo que depare la novedad. Se lo ve entrar con fuerza al evangelio, interiorizarse, participar… Pero también uno es testigo de cómo ese brío se va diluyendo, cómo gota a gota va quedando vacío. Un nimio entredicho con un hermano de la iglesia, le basta para alejarse de Dios. Una postura fuerte de los pastores sobre un tema con el que no está de acuerdo, también es motivo para el alejamiento instantáneo o progresivo. Mucho trabajo y ocupaciones familiares, es otra de las causas para el distanciamiento y que le viene de maravillas para justificarlo. Otros llegan arrastrándose —o arrastrados por un familiar o amigo— a la iglesia y hacen todo al pie de la letra para recuperarse porque saben que se están yendo por el desagüe, pero apenas se reponen y juntan fuerzas, cortan rápidamente el cordón umbilical con la iglesia y con los hermanos que lo ayudaron; “y si te he visto, no me acuerdo”. Pero una condición que abunda entre los creyentes circunstanciales, y mucho, es la de los que se aburren de ser cristianos evangélicos. Sí, aunque duela leerlo. Se les vuelve tedioso el congregarse y estar atentos a Dios. Descubren que el evangelio no es tan excitante como parecía al principio, que ir a la iglesia una o dos veces por semana es una rutina más y que, en definitiva, muchos cambios no se notan, el cuerno de la abundancia no ha derramado riquezas increíbles. Es ahí que vuelven a su vida material de siempre, sin remordimientos y sin hacerse demasiados problemas. Al tiempo mirarán atrás y sonreirán recordando sus tiempos de “cuando yo iba a la iglesia evangélica”, período que ponen en la misma categoría de recuerdos como lo fue jugar al pádel, practicar yoga o andar de mochileros.
A estas personas —creemos— no les cabe el nombre de “apartados”. Hermanos apartados son los que, por ejemplo, brindan los testimonios siguientes.

Testimonios que incomodan
En la elaboración de este material, notamos que los hermanos y hermanas apartados, son reacios a explicitar los motivos que los llevaron a alejarse. Pero, por supuesto, hay excepciones y aquí brindamos testimonios de personas que se alejaron.
Luli
Luli es artista, tiene 29 años y menciona tres importantísimas iglesias de CABA como lugares donde se congregó.
Rhema: — Hermana, ¿qué motivó que se alejara de la iglesia?
Luli: —Ante todo quiero aclarar que en todo lugar donde hay seres humanos, nada es perfecto. Al haber tantas personas e ideologías diferentes, puede haber roces. Sin embargo, mi motivo por el cual me alejé —aclarando que no me alejé de Dios ni del Espíritu Santo— es que por más abierta que sea la iglesia, hay ideologías que hacen que queden un poco cerradas. Lo que no está en la Biblia, lo consideran “diabólico”; yo empecé a crecer en ámbitos mentales, espirituales, a entender cosas, a buscar mi crecimiento personal… Por ejemplo, la biodecodificación, que es una rama entre la medicina y la psicología, que explica cómo las enfermedades que se dan en el cuerpo, son un reflejo de las emociones. Yo tenía que sanar varias cosas, de mi árbol genealógico, que estando en la iglesia, no me sucedió. Yo necesitaba saber más. Cuando expresé esto, me manifestaron “que no era de Dios”. Y la verdad, es que yo hice la sesión, y no es nada extraño, es súper lógico, razonable y espiritual; incluso a mí me ayudó a acercarme más a Dios. Me pasaron varias “situaciones”, que consideran “del diablo”, más profundas pero que alargaría el testimonio
Rhema: —¿Considera que puede haber una iglesia evangélica que la contenga; tiene interés en encontrarla, la está buscando?
Luli: — No, por el momento no estoy interesada; estoy bien dónde estoy. Sí sigo buscando crecimiento espiritual por mi parte y, gracias a Dios, se me está apareciendo gente que está en ese camino. Siempre le pido guía al Espíritu Santo, para que me guíe y no caer en cualquier lado y en cualquier ideología. Congregarme en un lugar físico, se me dificultaría si es los sábados —por mi trabajo, ya que hago shows para eventos. Y por otro lado, tampoco estoy muy interesada. Entiendo que quien quiere, busca la forma, ¡pero yo en este momento, no quiero! (risas).
Héctor
Héctor tiene 36 años y es de Santiago del Estero, capital.
Rhema: —Héctor, ¿qué aconteció para que tomara la decisión de apartarse de la iglesia, en esta etapa de su vida?
Héctor: —Lo que aconteció, para apartarme de la iglesia, fueron bastantes situaciones… Yo pensaba que estaba en un lugar donde mi vida iba a cambiar y necesitaba de Dios, conocerlo y poder servir, ese era mi sueño. Pero, bueno pasaron varias cuestiones… Yo llamo que son iglesias legalistas o tipo secta; tienen una estructura tan cerrada que si vos no estás en santidad o haciendo varios requisitos que te pide la iglesia, no podés servir. Están siempre juzgando lo que hacés. A mí me sucedió que me gustaba mucho ir a bailes, pero sin meterme en drogas ni esas cosas… Bueno, por eso recurrí a la iglesia y hablé con el pastor, que me sugirió que hablara de esto con los líderes; yo abrí mi corazón en la confianza en que ellos me pudieran ayudar, pero me juzgaron diciéndome que yo era una persona a la que le gustaba “las cosas de afuera”, siendo nuevo. Otros hermanos que entraban por adicciones, por ejemplo, también los juzgaban (…) también me gustaba hacer una tarea solidaria en los merenderos y la carrera que yo estaba haciendo —Filosofía— la iglesia siempre me la cuestionaba y se ponían a la defensiva conmigo, porque pensaban que si yo estudiaba Filosofía, no iba a tener una dirección de la Palabra y que iba a cuestionar y eso me iba a alejar de Dios (…) Hace 3 meses perdí a mi padre y he visto que no había apoyo de la iglesia, no se acercaron a orar —solo lo hacían en un día destinado a la oración que ellos tienen—. (…) Del ministerio que te mencioné antes [lo omitimos] se ha ido mucha gente, del pastorado de jóvenes, de los líderes, parte de la alabanza, también se han ido por abuso de autoridad, por soberbia y todo eso… ya estaba cansada la gente de soportar tantas injusticias… Siempre pasa que cuando uno se aparta, los que quedan para justificarse, los tratan como rebeldes, como inmaduros, que no se querían adecuar a las autoridades y esas cosas. Es una forma de manipular y tener a la gente convencida (a los que siguen ahí, digo) que están haciendo bien las cosas y que los que se apartan, son los “malos”.

Un corolario que todos necesitamos
Para tener conclusiones, recurrimos a la reflexión del Pr Bernardo Affranchino, de la iglesia bautista Cristo para Todos. Él nos dice: “Hebreos 10:25 es el famoso pasaje que nos manda no dejar de congregarnos, de hacer sunago, es decir juntarnos para la comunión, por ende, con otros que creen lo mismo. Congregarse es un desafío siempre, en realidad caminar con otros es el desafío del que hablamos. Hay muchas cosas allí contenidas en esa declaración, todas desafiantes, incómodas y anti—individualismo. El hierro se afila con hierro —declaró Salomón en Proverbios 27; Mejor de a dos, enseña Eclesiastés 4:9 y Jesús recomendó hacer la tarea misionera con otro —en Lucas 10. El efecto siguiente al derramamiento del Espíritu Santo en Hechos 2, fue que la gente se juntaba todos los días en las casas y en el templo. Juntarse, congregarse, reunirse y términos de ese estilo, son los testimonios recurrentes de la iglesia primitiva en los relatos de Eusebio, uno de los primeros historiadores de la iglesia del primer siglo. Desde mi perspectiva, la fe está diseñada para ser vivida en comunidad y no es posible algo sólido, realmente sólido en mi caminar con Dios y con los hombres, sin el desafío de tener a alguien a mi lado que me corrija, enseñe y desafíe a la práctica de la paciencia, junto con cualquiera de las variantes que se desprenden del desafío de las relaciones humanas. Pongo este marco para reflexionar sobre el fenómeno de no congregarse.
Mis pensamientos acerca de este tema me llevan a tres lugares. El primero es respecto de la gente herida o decepcionada respecto de la fe en comunidad. Algunas personas esperan encontrar perfección en la iglesia, lo cual no ocurrirá. La congregación de la cual participamos será tan perfecta como lo seamos cada uno de nosotros. No se cómo les está saliendo el asunto de la perfección, pero hablando por mí, reconozco mucho por mejorar. No me justifico, ni le bajo el precio a la santidad; solo digo que es una nota de orgullo demandar de los demás lo que uno no puede cumplir. Seamos santos, démoslo todo por agradar a Cristo y seamos pacientes con aquel que, en esa carrera, aún con buen corazón, se equivoca. Por supuesto incluyo en las imperfecciones, los errores que han herido gente, especialmente es un tema grave, al hablar de aquellos decepcionados durante los primeros pasos de su fe. Un apartado por las veces que los ministros llegamos a fallar, no corresponde otra cosa que pedir perdón; pero al herido le sugiero que perdone, sane y restaure su comunión con el cuerpo, ese es un camino de crecimiento. Mi segundo breve pensamiento es acerca de lo difícil que es congregarse y funcionar en comunidad sin deponer orgullo y vanidad. Estar con el otro me desafía y demanda niveles de comprensión, paciencia y adaptabilidad muy importantes, pero sobre todo demanda humildad. Humildad tiene que ver con despojarse, puede ser despojarse de conceptos, de impaciencias o de galardones. En todo caso, humillarse es perder y no estaré dispuesto a perder si no creo que eso me llevará a ganar. Estar con el otro me vuelve más fuerte y me mejora, me enseña y me corrige, me desafía y adapta. Una fe solitaria de la cual soy dueño absoluto suena a una fe a mi gusto y nosotros caminamos con un Dios que propone la cruz para alcanzar el máximo potencial. En tercera y última reflexión, pienso en una enfermedad nueva o quizás vieja, respecto de eliminar la necesidad de congregarse, es decir, no necesito al otro. Todo empieza y termina en mí. Consumo por redes lo que me place, elimino el desafío de los vínculos, sirvo de acuerdo con el momento que me quede correcto y nadie tiene autoridad para enseñarme, corregirme o desafiarme. Pensamientos bien de la cultura individualista griega con la que luchaba Pablo en sus cartas. Demasiada individualidad: caminar con el otro es el antídoto para esto. Demasiada soledad: la comunión con el cuerpo es el remedio cercano de Dios. Demasiados heridos: buscar una comunidad sana y ser ayudado, me llevará a restauración y salud. Andar con otros. Congregarse. Un gran desafío, una receta sanadora y un instrumento de crecimiento”. ¡Amén, Pr Affranchino!—