Baal, en la lengua babilónica Bel o Belu, era el dios supremo de los cananeos; significa “Señor”. Su adoración provenía de Babilonia, territorio señalado en Ap. 17:5 como “la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra”; un antecedente inquietante como vemos.
Como dios—Sol, Baal era adorado tanto como benefactor como por destructor. Para calmar esta segunda cara, se le ofrecían sacrificios humanos en épocas de hambruna, de pestes o de otras calamidades. La víctima era quemada viva y, generalmente, era el primogénito del sacrificador. Camino que siguió el rey Acaz, que reinó en Jerusalén y “aun hizo pasar por fuego a su hijo, según las prácticas abominables de las naciones que Jehová echó de delante de los hijos de Israel”, —2 R. 16:3. Queda claro que “pasar por fuego” es una manera compasiva que 2 R trata el sacrificio en una pira.
Entre los baales que menciona la Biblia encontramos a Baal—berit (Jue. 8:33), Baal—peor (Nm. 25) y uno especialmente interesante que es Baal—zebub (2R. 1:2), ya que nos permite suponer de dónde proviene el nombre de Belcebú.
Baal sería una anécdota más en la historia, de no haber sido un dios seductor para los israelitas que una y otra vez sucumbieron a su encanto maligno, el que se sobrepuso al amor que debían profesarle al auténtico Dios, Jehová, el que tantas veces se les había revelado. El profeta Elías lo enfrenta, vence a sus sacerdotes mediante la prueba de los leños mojados que se encienden por el fuego de Dios y mata a los sacerdotes de Baal protegidos por Jezabel —lo que le hace ganar el odio de esta mujer. Pero no nos apartemos de la esencia de lo que es Baal: es un dios en minúscula que tiene como misión apartar a los hijos de Dios del camino correcto; es todo aquello que compite con Dios y nos distrae de su adoración, es un símbolo del alejarse de Dios por haber encontrado un reemplazante más atrayente.
El entretenimiento digital: ¿un Baal?
Puede parecer exagerada esta asociación. Previamente aclararemos que no está mal entretenerse, entendiendo esto como un espacio para distendernos, para despejar nuestra mente o para hacer aquello que nos gusta, y que la actividad cotidiana que encaramos para ganarnos la vida, nos impide hacer.
Entretenimiento puede ser ir a pescar, leer una epístola, a Cervantes o una novela de James Bond; jugar al truco con los amigos, sacar a pasear al perro en una larga caminata o preparar un costillar 6 horas al fuego. Queremos significar que el entretenimiento tiene infinitas formas de disfrutarse y que cada una es válida para cada uno de nosotros.
Pero en la actualidad ha surgido algo que podríamos llamar flagelo y esto es el entretenimiento digital, que interpela a toda la sociedad y, por ende, también a nosotros, los cristianos, que la integramos y sufrimos sus efectos. La reflexión hoy encarada es para los cristianos, ya que somos un medio cristiano, dirigido a cristianos y escrito por hombres y mujeres que más allá de aciertos o errores, han elegido a Jesús como camino al Padre.
Hoy, han llegado los heraldos del entretenimiento constante, que pueden ser Netflix, los videos de YouTube, Spotify y sus miles y miles de temas, las horas frente a Facebook, Instagram o las cadenas de WhatsApp: estas plataformas o aplicaciones se han apoderado de las vidas de muchos, vidas que sacrificamos en un altar de maratones de series, de consultas constantes para ver qué han comentado sobre nuestras fotos o banners, cuantos “likes” tenemos y buscando noticias y chismes que incontables veces son falsos y que, trágica y curiosamente, mucho no nos llega a preocupar que sea engaño o mentira.
Surge la réplica: la sociedad cambia porque la mayoría incorpora nuevos usos y costumbres, y contra eso no hay oposición que valga. Pero no olvidemos que en Israel “la mayoría” cambiaba y dejaba a Dios y optaba por Baal. Entonces, ¿que la sociedad en su mayoría elija un camino no muy fructífero, lo convierte en el camino correcto?
Volvemos, con insistencia, a este argumento: los israelitas, en forma conjunta, lo idolatraban. Y no porque esa fuera “la moda” del momento, Dios lo aceptó o concluyó que estaba bueno, porque era la mayoría la que lo dejaba de lado. Cuidado, entonces, en comprar el argumento de que “la sociedad, si decide en su conjunto, no se equivoca”.
Netflix: la cara más visible del Baal
Netflix es el servicio de televisión on line, que más influencia nuestro tiempo libre. Ofrece miles de películas bajo el sistema del streaming —para el creyente no digitalizado, esto quiere decir que se emiten datos (que transmiten sonidos o imágenes) que nos llegan sin necesidad de descargarlos en nuestra PC, tablet o celular; es decir la canción, el video, la serie o la película, arriban sin necesidad de ocupar espacio en nuestro dispositivo. Esto permite que estemos eternamente conectados a fuentes que emiten datos en forma fácil, a veces gratuitas o de bajo costo, y todo esto hace que sea muy tentador estar pendientes por novedades en forma constante.
Ahora bien, ¿es malo ver una película o ver una serie? No, de ninguna manera. Hay increíbles películas, de grandes realizadores, cuyo mensaje es tan influyente y vigente, como el de los libros que son considerados obras cumbres del pensamiento humano.
Los problemas comienzan cuando es una catarata constante que nos atrapa como una teleraña, proponiéndonos “maratones”, o capturándonos para se-guir series adictivas que mantienen nuestra atención sobre sus acontecimientos, alejándonos de otros intereses —entre ellos, del servicio al Señor o de la intimidad con Él.
Netflix, hoy, pelea —y vence— al conglomerado que ha formado el cine de Hollywood durante décadas, al que incluso le dicta reglas y lo hace zozobrar, tal es su poder de generar contenidos con alta demanda por los consumidores.
Porqué enfrentar y exponer al Baal
Este nuevo Baal tiene varias consecuencias que nos afectan, tanto en lo psicológico, como en lo cultural y en lo espiritual.
En lo psicológico, nos transforma en “digidependientes”, estamos constantemente con nuestra mente orientada a pasar un rato ameno, entretenido, y que nos evada de lo que debemos enfrentar. Evadir por un rato, puede ser eficaz. Evadirnos de nuestra realidad en forma constante, nos es una buena estrategia.
En lo cultural, nos achata, nos superficializa y nos conduce a la mediocridad. Consumimos los que otros nos preparan, con sus recetas pensadas para que las podamos digerir fácilmente. Nos quita profundidad de pensamiento, nos impide exigirnos y buscar respuestas. Nos aleja de los libros, tanto de los teológicos como los que han generado genios de todas las épocas. Solo a través de ellos podemos ampliar nuestro universo, conocer otras ideas y profundizar nuestro pensamiento crítico. Game of Thrones puede ser una serie de alta calidad, pero mucho más fructífero para nosotros puede ser leer la obra de San Agustín.
Las series, en general, son apasionantes pero los mensajes son insustanciales, no nos impregnan con nada, no nos hacen mejores o no nos llevan a reflexiones cuestionadoras o elevadas. Quedan pronto en el olvido, y nos dañan ya que no logran que incorporemos —en la mayoría de los casos— la sabiduría que nos hace tras-.
¿Y en cuanto a lo espiritual? Aquí otro punto para cuestionar el entretenimiento digital ya que, a mayor contacto con el streaming, menor tiempo para “otras cosas”. Y en esas otras cosas, por supuesto que están las cosas del Señor y Su presencia. El exceso de pantalla logra sedentarismo para el cuerpo y escasez para el alma.
No malinterpretemos: no se propicia que el único entretenimiento válido para un cristiano sea, por ejemplo, un estudio profundo de las Epístolas de Pablo. Ni que se anote en todo curso bíblico que dicte la iglesia. Tampoco que nuestra vida sea, parafraseando al Gral. Perón, “de casa a la iglesia, y de la iglesia a casa, pasando un rato por el trabajo” —como muchos siervos predican. No es más cristiano quién más “millas” acumula en la iglesia. Pero sí hay que darle un tiempo de calidad al Señor y a aquellos que necesitan de nosotros porque su alma va camino de perderse.
Hace poco, hubo mucho revuelo desde Brasil por una producción netflixiana llamada La Primera Tentación de Cristo, cuya historia se centraliza en un Jesús gay que presenta a su novio a la familia nazarena. Los creyentes católicos y evangélicos, se unieron para protestar por esta afrenta, que no puede ampararse en la libertad de expresión. Entre los cristianos que reaccionaron estuvieron el rapero Redimi2 y Alex Zurdo, que invitaron a todos a dar de baja la cuenta en Netflix, como reacción a la injuria.
La cuestión, sin embargo, no pasa por dar de baja la cuenta de Netflix ante esta infamia. El aspecto radica en porqué se la dio de alta en algún momento.
Netflix es una máquina de hacer dinero, con el cual encara nuevas producciones que atraen más gente, en un círculo viciado, que no imaginamos eterno, pero sí de ciclo vital por un largo tiempo.
Netflix es una empresa de entretenimiento, así se define, que hace mucho tiempo aboga por visibilizar el colectivo LGBT y su agenda. Y a la que el escándalo le suma, porque la provocación —lamentablemente— se traduce en interés malsano y este, en nuevos abonos.
La esencia del problema de dejarse seducir por este Baal contemporáneo
¿Por qué alertar y confrontar con esta gran piedra de tropiezo? ¿Por qué enfrentar a este Goliat moderno?
Porque si el entretenimiento nos absorbe, se detiene nuestro avance como personas y como creyentes. La mayoría de lo que se propone es vano e insustancial; no nos enaltece, no nos capacita, no nos genera sabiduría científica, emocional o espiritual.
Y hoy, el cristiano, además de apelar a un “Jesús te ama” como punto de partida con aquel que necesita salvación, debe tener otras herramientas y otros recursos. Y estos emergen de los libros esencialmente, que son el depósito de generaciones de mentes muy lúcidas (algunas geniales), que nos pueden hacer pensar, reflexionar y promover un pensamiento crítico —y no nos referimos solamente a obras teológicas como abrevadero de conocimiento para los cristianos.
El entretenimiento digital es líquido, circunstancial y efímero. Nuestra mente, pongámoslo bien claro, es el combustible que alimenta su hoguera. Dura su resabio el lapso que tarda en llegar un nuevo estímulo de las plataformas, interesadísimas por supuesto en nutrirse de nuestra atención, porque a mayor interés recibido, más agigantan sus negocios y sus utilidades.
Las plataformas de streaming tienen como objetivo primordial asentar su trono en cada hogar, sin dudas.
Tal vez sea tiempo de releer 1 Reyes, 18:21, más precisamente el interrogante de Elías a los israelitas, aun hoy desafiante y actualizado: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”.
La pregunta, parece, sigue en pie y cada uno debe reflexionar sobre qué predicar y a quién proclamar.
Siempre volvemos a la esencia del Evangelio: si elegimos al Señor con todo nuestro ser o nuestro dios es cualquier otra cosa que ponemos en primer lugar.