Pastores/as y hermanos/as que partieron a la presencia del Señor, templos cerrados por un tiempo y otros cerrados definitivamente, negocios cristianos quebrados, creyentes sin trabajo y otros creyentes alejados, nuestros mayores semiolvidados por no adaptarse a lo digital... Esto y más, es lo que logró el...
PANDEMÓNIUM

| Por Atilio Imperio –  (c) Periódico Cristiano Rhema
 
Y un día, apareció la Corona del Diablo (Coronavirus o Covid—19)

Los comentarios que nos llegaban, provenían de la China, país antievangélico si los hay. Desde Wuhan, un virus impiadoso y sin cura, que implicaba aislamiento como única forma de combatirlo, era el villano que mirábamos de lejos, casi con curiosidad y con algo de lástima por los “pobres” chinos, amantes de una cocina con ingredientes como carne de perro y murciélago. Claro, allá por el 23 de enero del 2020 también confiábamos en el dictamen de nuestro exministro de salud, el Dr Ginés González García, que nos pro-nosticaba: “No hay ninguna posibilidad de que el coronavirus llegue a la Argentina”. Y se manifestaba más preocupado por el dengue que por la Covid-19.
Pero llegó el 3 de marzo con su primer caso de coronavirus, que viajó en el cuerpo de un señor de 43 años, proveniente de Milán, Italia. Y no terminó marzo, que ya estábamos en cuarentena y una nueva vida laboral, social y espiritual comenzó para todos nosotros. Incluso se amplió nuestro vocabulario con expresiones como “distancia-miento social obligatorio”, “esenciales”, “tapabocas” (debería haber sido “tapanariz”), “curva de contagios”, “pandemia”, “burbuja”, etc. Asimismo, pronto todos nos hicimos amigos del simpático salu-dito de chocar los codos, que pasó a reemplazar el inmemorial apretón de manos, que siempre sirvió de saludo amistoso y de rubricador de acuerdos. También desde ese momento, comenzó a funcionar un “contador” de casos que iban apareciendo en todo el país y una fiebre de compra de alcoholes en sus diferentes presentaciones, lavandina y desinfectantes. Por supuesto, al unísono se inició una impersonal cuenta de fallecidos, sin nombres, sin apellidos, sin rostros, sin identidad para la sociedad que, abrumada, empezaba a entender que estábamos ante un gran problema, no tanto por lo que se percibía en el país, sino por lo que se anunciaba que acontecía en países como Italia, España, Alemania y otros, especialmente en los dos primeros, donde los cadáveres se amontonaban por miles y los médicos, ante la falta de respiradores, debían elegir a quién darle el disponible.
Y todos los argentinos, empezando por el presidente, comenzamos a esperar la llegada de una vacuna que nos sacara de la peste y pudiéramos volver a nuestra vida anterior, que ya no nos parecía tan mala y/o difícil.

Un auténtico virus “pandemoníaco”
La Covid—19 bien puede ser considerado un virus diabólico porque se emparenta notable-mente con Satanás que busca matar al hombre, corporal y espiri-tualmente; acecha a todas las clases sociales; es tan fácil de contagiarse como es tan fácil pecar y alejarse del Señor; es universal y trashumante; es sor-presivo, dañino y “como león rugiente, anda alrededor buscando a quien de-vorar” (1 Pedro 5:8). Bien le cabe, entonces, a la Covid—19, el título de la corona del diablo y bien podemos identificar a la pandemia como “pandemónium” (que es una reunión de diablos).
Aprendimos que era una enfermedad mutante, que a algunos los capturaba sin síntomas y a otros los hacía sufrir horrores; vimos como ya no podíamos abrazar a nuestros padres, hijos o hermanos y hermanas de la Iglesia; que tocarnos la cara sin lavarnos las manos, podía ser el pasaporte a la muerte. Se cerraron las escuelas, los templos, hospitales enteros dejaron de atender casos generales y ciudades y municipios cerraron sus accesos, como en el Medioevo. Vimos actitudes miserables y actitudes heróicas: el ser humano en toda su expresión. Encerrados y aislados, se hizo cierta la palabra de Isaías 26:20 “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras de ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento en tanto que pasa la indignación”.
Todo esto a nivel social, nacional y mundial. Pero también surgen reflexiones que nos atañen como Iglesia y es la que queremos compartir aquí con la comunidad cristiana.

La Covid—19: un puñetazo que dejó knockout a la Iglesia

El coronavirus estremeció los cimientos de todo el mundo, los de la Argentina y, por supuesto, los de la Iglesia que —como todos— quedó estupefacta. En horas nos vimos sin templos, sin cultos y sin muchas respuestas, más allá de una difusa creencia sobre el “fin de los tiempos que se ha puesto en marcha” de algunos cristianos que parecen sentirse muy cómodos e incluso, pareciera, anhelantes del apocalipsis (tema que será motivo de otra nota, en breve).
Tenemos que decirlo: recibimos un puñetazo —permitido por el Señor— que nadie vio venir, que tapió los templos, que se llevó pastores y pastoras a la presencia del Señor, que dejó sin ingresos a muchas iglesias (algunas debieron cerrar), que todo el sistema evangélico crujió —y aun cruje—, que iglesias que tardaron años en levantarse quedaron a la intemperie y, siguiendo la metáfora del boxeo, groguis o atontadas.
Así las cosas, comenzó una desesperada carrera para salvar algo a través del Zoom, del Meet o del Facebook, para mencionar alguna de las herramientas en las que tuvimos que hacernos expertos. Y en la comprensible desesperación de la pastoral, un aleccionamiento de que el templo podía estar en la casa de cada uno (¿entonces para qué levantamos tantos templos?, —podría preguntarse el creyente); que la Adoración podía dejarse de lado por un tiempo (¿no es que el Señor se mueve en la adoración de su pueblo?); que la célula era una sana ex-presión para la comunión espiritual (olvidando muchos que nunca promovieron el discipulado celular).
Se dice que el mundo ya no será el mismo, luego de la Covid—19; veremos si ocurre lo mismo con la Iglesia, a la que debemos ver como un conjunto y no como expresiones individuales.
Y más reflexiones cuyo sentido es abrir un debate e inducir a respuestas si no se está de acuerdo.

Una Iglesia zarandeada como trigo… o más
La pandemia produjo una verdadera hecatombe a la Iglesia, en lo espiritual, en lo económico y en lo social.
De un día para otro, los templos fueron cerrados; pastores fallecieron; toda la industria evangélica dejó de producir (Rhema, por ejemplo, dejó de salir, no había dónde llevar los periódicos ni cómo llevarlos); cerraron comercios evangélicos; hermanos y hermanas se quedaron sin trabajo; muchas iglesias vieron disminuidos sus ingresos por diezmos y ofrendas en altos porcentajes y no sabremos cuantos feligreses se alejaron y jamás volverán. Como ya dijimos, luego del anonadamiento inicial, comenzó  una carrera para reinventarse o buscar nuevos canales de comunicación con los creyentes, carrera que muchos pastores perdieron por no poder incorporarse a la era de los recursos digitales.
Sin ánimos de juzgarlos porque no está en nuestro espíritu cristiano hacerlo, muchos pastores cerraron su iglesia el día de comienzo de cuarentena y los feligreses no supieron más de ellos, haciéndose realidad tangible lo de “Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).
Otros pastores supieron aprovechar toda herramienta digital disponible para no perder el vínculo con la feligresía: eran pastores que ya tenían desarrollada una mentalidad más ágil sobre la era digital y no les costó tanto o casi nada, subirse a estos medios de comunicación.
Pero estas líneas digitales también tienen su problemática y esta es que muchos líderes o pastores que no tenían iglesias o estas eran diminutas, vieron en el “desbande” de las ovejas, una oportunidad de llevarlas para su lado. Y empezó así, una gran disparidad de mensajes, de teología cuestionable y un afán de captación de voluntades, mediante el sencillo método de lo digital, que no hace transpirar tanto ni implica el notable esfuerzo de edificar una iglesia, abrir un templo, mantenerlo funcional  y en crecimiento, hacer trabajo social con la comunidad circundante (sea evangélica o no) y contener a la hermandad.
Luego de esta descripción que alguno puede definir como desoladora, cabe la pregunta más importante: ¿la Iglesia se está haciendo la pregunta sobre qué nos ocurrió?
Muchos hermanos dicen: “Dios está enojado”, “Dios nos puso en penitencia”, “Dios nos está zarandeando porque se viene el final”, etc .
Nosotros no tenemos la respuesta si esto es así, y posiblemente nadie la tenga. Pero sí creemos que es crucial que nos hagamos la pregunta sobre porqué ocurrió este tremendo zarandeo masivo, sin que tuviéramos siquiera el recurso de marcar con la sangre del cordero del sacrificio nuestras puertas, para que el Ángel de la Desolación, no entrara en nuestras moradas.
Y se establece aquí un mojón sobre el que invitamos a reflexionar: hasta la pandemia, todo resultado negativo en la vida de un creyente —desde la prédica— se podía endilgar al mismo creyente; que estaba en pecado, que era desobediente, que no oraba, que si el Señor lo invitaba a ir para la derecha él se iba para la izquierda. Es decir, la falta de bendición y sus consecuencias siempre eran por una responsabilidad individual. Pero ahora, con la pandemia, TODOS hemos sufrido en lo personal: los que se han portado siempre bien y los que se han portado siempre mal; los benditos y los de dura cerviz; los que diezmaban y ofrendaban y los que nunca pusieron un peso en el alfolí; los que leían la Biblia al acostarse y al levantarse y los que nunca la abrían. Toda la comunidad sufrió en mayor o menor medida este “dejar hacer” a Satanás, por parte del Señor. Debe ser difícil hoy en día pararse en un escenario, ante la congregación, y seguir con prédicas del pasado, donde el que erraba siempre era el creyente, confrontando con un ahora donde es de ceguera total no ver que todos hemos sido zarandeados como trigo o aún más.
Otros se preguntaron y se preguntan dónde está Dios durante la pandemia; pensamos que Dios está exactamente en el mismo lugar que estuvo cuando ocurrió la mortandad de la peste negra (1347 al 1353); o cuando eclosionó el mundo con la I y la II Guerra Mundial; o cuando sucesivos Imperios masacraron pueblos enteros a lo largo de los siglos; o cuando Tito y sus legiones destruyeron Jerusalén y el Templo.
¿Dios está enojado, entonces? ¿Se vuelve a reescribir Isaías 34:2?: “Porque Jehová está airado contra todas las naciones, e indignado contra todo el ejército de ellas; las destruirá y las entregará al matadero” .
El interrogante sobre si la humanidad hace las cosas mal y promueve el enojo de Dios, ya está contestado: sí, siempre hacemos todo mal como colectivo universal. Pero esta vez, hermanos en la fe ¿no les es llamativo cómo el Señor nos incluyó y nos trató en forma muy parecida a como trató a todos los que no doblan la rodilla ante Él?
 
Parece que Dios dijo: “Basta de decir `Dios dijo´”
Este es un terreno poco agradable de recorrer, pero que no podemos soslayar: nos referimos a la falta de aviso que tuvo la Iglesia sobre la pandemia. El Señor, que tanto parece hablar a diario con tantísimos predicadores, indudablemente se “olvidó” de avisar que el 2020 no sería un año de bendición, al menos no en salud, no en economía, no en congregación próspera.
A cada creyente, no le costará mucho rememorar los cultos allá por mediados de diciembre 2019, o primeros días de enero de 2020, donde muchos hombres de Dios pronosticaban a los feligreses —que siempre estamos ávidos de buenas noticias— un año de “prosperidad”, de “conseguir bendiciones”, de obtener lo que “tanto anhela tu corazón” y muchas otras promesas, que ahora parecen lejanas, falaces o, al menos, muy imprecisas.
Entre tanto sufrimiento y enseñanzas que el Coronavirus pueda dejar a la humanidad, a la sociedad argentina y a la iglesia en particular, podemos ya enfocarnos en la primera para los evangélicos y esto es que —tal vez— los predicadores de ahora en más deban sumar cautela en las profecías o deban usar en cuentagotas el tan recurrente “Dios me dijo”.
Es hora de replantear el uso de la línea directa con Dios que muchos líderes alegan tener para reforzar su autoridad eclesiástica, por otros sermones don-de la humildad y la mesura sean los ejes; donde el Señor deje de ser un Confidente de las Altas Esferas, para ser el Dios de todos, que no privilegia a nadie con “información confidencial”, sino solo con sabiduría y prudencia.
También replantear el cúmulo de promesas de prosperidad donde cada vez se edifica más a la iglesia evangélica, por un evangelio más prudente y más cen-trado en los Misterios de la fe que en realidades prometidas, que no pueden luego sostenerse frente a los acontecimientos.
El Señor no dio un año de bendición a la Iglesia como muchos habían profetizado. Y esto solo tiene una lectura: o el Señor se olvidó de avisarnos (¿un Ser Perfecto puede ser olvidadizo?), o todos aquellos que auguraron un “año de bendición y promesas cumplidas” para todos nosotros, sintonizaron bastante mal esa antena preferencial —y exclusiva— que parecen tener con Dios.

Finalmente, las preguntas insoslayables…

¿Está haciendo algo mal la Iglesia y sus líderes? ¿Algo se nos está escapando, inmersos en cuestiones políticas, ascenso social a través de lo teológico y pastoral, o simplemente por estar en búsqueda de bienestar personal a través de las casas de Dios en la tierra? ¿Hay mucho orgullo por construir mega espacios evangélicos? ¿Se está sobreprometiendo demasiado con respecto a la prosperidad?
La respuesta sobre lo acontecido, puede estar en todas estas preguntas o en una de ellas. O la respuesta puede no tener nada que ver con estos in-terrogantes, ya que nadie conoce los pensamientos de Dios, que no son los nuestros. Pero lo que sí es seguro que debemos como Iglesia, preguntarnos qué nos sucedió, aunque no encontremos la contestación satisfactoria.
Todos queremos volver a nuestro espacio de confort, a la iglesia desbordante, a los milagros que ocurren y a los alfolíes con lo suficiente poder seguir la obra; todos anhelamos dejar atrás estos tiempos donde nos sentimos miserables, cansados y zamarreados y recuperar nuestra anterior vida espiritual, familiar, fraterna y económica. Detenernos a pensar qué hay que cambiar o qué estamos haciendo mal, es un trago amargo que pareciera pocos quieren beber. Encarar la responsabilidad colectiva que tenemos por esta situación —ya no individual — produce miedo, porque no tenemos teología para explicar porqué Dios, esta vez, no fue el Dios que acostumbramos a ver los domingos a la mañana o a la tarde en los cultos.
Debe quedar muy claro, en una opinión muy personal, que es muy improbable que el Señor haya permitido el Pandemónium para que su Iglesia aprendiera a usar el Zoom, el Meet o el Canal Youtube para predicar y llevar la palabra.
Por lo que seguir adelante haciéndonos los distraídos, como si nada hubiera pasado, es el mejor camino para convertirnos en Zoombies espirituales. Y que pronto el Señor tenga algo más contundente que decirle a su Iglesia, al notar que no notamos nada. Al respecto, el Señor ya trató este tema por boca de Jeremías 25:7: “Pero no me habéis oído dice Jehová, para provocarme a ira con la obra de vuestras manos para mal vuestro”.
No es nuestra idea producir incomodidad, crítica o enojo en la pastoral; el sentido es que cada uno reflexione y vea qué hará espiritualmente, a partir de ahora, luego de que amaine la tormenta, en una época donde todos los pergaminos teológicos han quedado trastornados. Los integrantes de la lista que publicamos a continuación, lo merecen.
Que el Señor tenga misericordia de nosotros.—

-Partieron con el Señor…  

«He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida». 2ª Timoteo 4:7-8.
 
2019-2020. Desde ACIERA (y desde Rhema) saludamos y hacemos llegar nuestras condolencias a familiares de Siervos de Dios que partieron con el Señor. Ellos fueron: Esteban Puente, Asoc. Profesionales de la Salud, Buenos Aires; los Pastores René Zanetti, Ministerio Varones de Pacto, Córdoba; Hugo Stefanini, Iglesia Evangélica Pentecostal y Misionera; David Visconti, Iglesia Peniel, Laferrere; Ramón Núñez, Iglesia Cristiana Evangélica de José C. Paz; Delia de Esquivel; Normando Flores, Iglesia Bethel de San Pedro, Jujuy; Mauricio Lestani, Iglesia Mi Buen Pastor, Tigre; María Luisa Cubas de Leiva, Iglesia Pacto de Dios hacia las Naciones, San Miguel; Leoncio López, Iglesia La Voz de Dios, González Catán; Julio Robles, Centro Cristiano Hebrón, Neuquén; Graciela de Godoy, Iglesia de Dios Sobre la Roca, Merlo, Bs.As; Alberto Darling, Comunidad Cristiana, CABA; Yolanda Nievas de Montaña, Consejo Pastoral de Ensenada; Ismael Meza, Iglesia Biblia Abierta Misión Global, CABA.
 
2020-2021. Mario Vargas, Iglesia Vida Nueva, Salta; Carmen Daconte, Iglesia Respuesta de Fe, Martín Coronado; Luis Anastassi; Alberto De Luca, Iglesia Jesús es Vida, CABA; Ramón Mansilla, Consejo Provincial de Pastores de Jujuy; Hilda Chávez de Morales, Iglesia Vida y Salvación, Gral. Fernández Oro, R. Negro; Oscar Alderete, Iglesia Comunidad Siloé, Rosario de la Frontera, Salta; José María Silvestri, Ministerio Vi La Luz, Rosario; Mirta Bonis de Soto, 1ª Iglesia de la UAD en Mar del Plata; Miguel Ángel Pereda, Centro Familiar Cristiano, La Matanza; Pastor Benítez, Ministerio Jesús es Vida, Grand Bourg; Marcelina de Presentado, Moreno; Gerardo Rodríguez, Fundación Visión Cristiana; Guillermo Contreras y Luis Gerbán, Tucumán; Hugo Álvarez, Cámara Pastoral de Zárate; Pr. Julio César Talamo y Pra. Nicolasa Ramona Moreno de Talamo, Igl. de Dios Nueva Vida, La Rioja; Pres. Julio Eduardo Lanas, San Martín, San Juan; Walter Silvero, Ushuaia; Pr. César García, Ministerio Aliento de Vida, Castelar; Pra. María Luisa Cubas de Leiva, San Miguel; Pr. Mauricio Lestani, UAD, Tigre; Pr. Silvestre Ramón Oscar Rodríguez, Igl. Restaurando Familias en Cristo, UAD; Pra. Elisa Romero de Díaz, Villa Fiorito, Lomas de Zamora; Pastor en Comunidad Toba, Chaco; Pra. Sara de Silva, San Miguel; Pr. Roberto Padilla, Centro Cristiano Nueva Vida, Rosario; Pr. José Luis Gallardo, Ministerio Esperanza Viva, Rosario; Pres. Lidio Díaz y Primitiva Méndez de Díaz, Ing. Jacobacci, Río Negro; Pr. Salvador Flores, Cipolletti; Pr. Laureano Rivas, Comunidad Cristiana, Yerbabuena, Tucumán; Pra. Roxana Helú, UAD, Corrientes; Pra. Eulogia de Piñaleo, Senillosa, Río Negro; Pr. Eduardo Barraza, Virrey del Pino; Pr. Juan Carlos Ortiz, Igl. Cielos Abiertos, Pte. Consejo Pastoral de Formosa; Pr. Daniel Kilovsky, Iglesia Luterana San Pedro, Paraná, Entre Ríos; Verónica Merino, Catedral de la Fe, Mesa de ACIERA Niñez, CABA; Hna. Calot, CABA; Pr. Carlos Bossi, Escobar; Pr. Ariel Monzón, Tucumán; Pra. Uta Rathke de Abel, Iglesia Bautista, Córdoba; Pres. Humberto Saavedra y Alejandro Corbalán, Asamblea de Dios, Quimilí, Santiago del Estero; Pr. Marcos Salazar, Ministerio Alcance Mundial – Iglesia Cielo Abierto, Los Polvorines; Pr. Diego Quatrocchi, Centro Cristiano La Roca, Bariloche; Pr. Martín La Biunda, Igl. Cristiana Bíblica, CABA; Juan Passuelo, Iglesia de Santidad; Pr Eduardo Flores.—